Expresiones Turisticas De Amazonas


Amituy: santo patrón (de «amito»).
Bracetas: caminar de brazo o abrazados (“andar a bracetas”)
Chuita: aguado, ralo (por ejemplo, el café), de chuyay (“limpiar”).
Chunlla: callado, silencioso.
Dashillo o dashito: rapidito.
Huayna: mozalbete que empieza a enamorar, del quechua huayna (“joven”)
Llictalla: ojo legañoso; del quechua llicti (“legaña).
Malaya: mala hora (“¡en qué mala hora me fui!”); del castellano antiguo malhaya.
Mapasique: con el trasero sucio, grasoso o brilloso; del quechua siqui (“trasero”).
Mavalge: fruta podrida, objeto inútil o perjudicial; del castellano antiguo malvar (“corromper”).
Pispa: piel quemada y partida por el frío.
Runancho o runango: alusión despectiva al campesino; del quechua runa (“hombre del pueblo”).
Shapingo: demonio, individuo malvado, “de mala entrada”.
Shinshe: intestino del cerdo inflado y puesto al sol; algo de valor (“a mí qué shinshe” quiere decir “a mí que me importa”)
Tullpa: fogón formado por tres grandes piedras donde se deposita leña; del quechua tullpa (“fogata”).

REPORTAJE: CHACHAPOYAS, CIUDAD ENTRE MONTAÑAS

ANGELA SABARBEIN: LA MUJER ENCANTADA


Hace mucho tiempo se produjo en la ciudad de Chachapoyas el encantamiento de la señorita Ángela Saberbeín. Esta señorita era huérfana de padre y estaba bajo la vigilancia de su padrastro, quien le trataba muy mal; así vivió hasta la edad de dieciocho años.
 Se cuenta que una noche, cuando estaba sentada en el patio de su casa contemplando la luna, se le presentó un joven con la figura de su hermano, montado en un hermoso caballo blanco y le dijo: “Gran placer sentiría en dar un paseo en compañía tuya”. Ella le aceptó, creyendo que en realidad era su hermano. El joven la hizo montar en su caballo y sin que se diera cuenta la condujo a una cueva situada en el cerro Luya Urco. Una vez que llegaron a la cueva, el joven desapareció y ella se quedó encantada. Su madre la echó de menos al ver que no llagaba a acostarse y que ya era tarde; la llamó y nadie respondió. Salió a preguntar a los vecinos, pero todos le decían que no la habían visto. La buscó noche y día por toda la ciudad y nadie le daba razón. La tercera noche de su desaparición, Ángela se presentó en sueños a su madre y le dijo que no la buscara porque ella no iba a volver, pues se encontraba encantada. En vista de lo cual, su madre se quedó en silencio y no la buscó más. Esta señorita sale en las noches, con su farolito, y llega a las afueras de las ciudad, dicen que en busca de una criatura y un corderito recién nacido con el fin de salvarse del encantamiento.
Unos gringos que llegaron a Chachapoyas haciendo exploraciones, al tener noticia de que en esa cueva estaba encantada una mujer y que había allí mucha riqueza, se fueron a explorarla. El exterior de la cueva tiene un mal aspecto, pero dicen que por adentro, en el fondo, hay un lindo camino. Los exploradores se internaron y admirados por el camino que encontraron siguieron más y más hasta llegar a un salón donde vieron a la Saberbeín sentada en un sillón cerca de una mesa, a cuyo lado estaba un gato negro y en su cuello una culebra verde. Los zapatos, anillos y pulseras de la señorita iluminaban el salón. Ella se mostró alegre y sonriente a los gringos y les llamaba, pero éstos no pudieron pasar, porque para entrar al salón se lo impedía una laguna de agua cristalina y tranquila. Viendo que no podían hacerlo, los gringos regresaron convencidos y asombrados de que en verdad existía la encantada Ángela Saberbeín.

JUAN EL OSITO Y EL SHAPIRÚS


            El curita de La Jalca, conocedor de la enorme fuerza y gran espíritu de Juan Osito, un día le llamó y le dio el siguiente encargo:
            - Anda a la cueva de Cátuc, golpea una puerta que hay ahí y luego pídele al señor Shapingo un documento que tiene que entregarme.
            Sucede que este curita había firmado pacto con el diablo y, como ya se cumplía la fecha de su vencimiento, quería recuperar el documento para salvar su alma.
            - Te daré mucho dinero y una mula bonita si traes lo que te digo -  ofreció el curita.
            Juan Osito fue a la cueva de Cátuc con toda tranquilidad para cumplir el encargo. Golpeó la puerta. Y esperó, en vano, que alguien la abriera. Volvió a golpear una y otra vez; pero nadie respondía. Entonces tocó con más fuerza e insistencia. Al fin, salió una vieja bruja con semblante terrorífico, quien preguntó con voz colérica:
            - ¿Qué quieres muchacho? ¡Qué atrevimiento es éste?
            - Necesito hablar con Shapirús - respondió muy tranquilo, Juan Osito-, es sobre un documento del curita.
            - Él está descansando, pues recién ha llegado de viaje y está un poco mareado - replicó más enojada todavía la vieja.
            Y quiso cerrar la puerta en las narices de Juan Osito; pero éste dio un fuerte empujón, haciendo que la vieja cayera de espaldas. Luego entró indagando, mirando por aquí y por allá.
            El salón era muy espacioso y estaba elegantemente amueblado. En las paredes había muchos cuadros con retratos. Y sentado en un sillón, al fondo, roncaba Shapirús. Su cola serpenteaba debajo de las sillas. Sus cuernos eran todavía pequeños y su aspecto era el de un hombre atlético y de pelea.
            Rapidito se dirigió Juan Osito a su lado y empezó a palmearle en la espalda:
            - ¡Compadre, compadrito, despierta! - le susurraba.
            Shapirús, algo sonámbulo y cansado, abrió los ojos. Al ver a un individuo extraño en su palacio se sorprendió muchísimo; pero lo disimuló muy bien. Y con un aliento de tragos cortos preguntó:
            -  ¿Quién eres? ¿Qué quieres?
            - Vengo por un documento del curita y lo necesito cuanto antes. Pues estoy bastante apuradito - respondió Juan Osito.
            Al verlo todo tranquilo, sin nada de miedo, Shapirús se sorprendió más y quiso reaccionar, levantarse de su cómodo sillón. Pero Juan  Osito fue más ágil y con su filudo sable le cortó un pedazo de su oreja.
            - ¿Me das el documento o lo llevo tu oreja al pueblo?- le amenazó al cornudo.
            Shapirús no quería entregar el documento; más bien se puso a rogar a Juan Osito para que le devolviera su oreja. Pero éste tampoco quería ceder. Así, después de tanto discutir, a Shapirús no le quedó más remedio que entregar el documento.
            Antes de salir de la cueva, contento de su triunfo, Juan  Osito se despidió de Shapirús con palmaditas, ante la mirada atónita de la bruja. Llegó al convento y le entregó el documento al curita, quién no podía salir de su asombro.
            Luego cobró la recompensa por sus valiosos servicios y, además, recibió la bendición del curita.

Autor:
Napoleón Culqui Valdez
Obra:
“Las Aventuras de Juan Osito El Jalquino”